Soñarte se ha convertido en un escape, una aventura atrapada en una dimensión
desconocida, mi realidad paralela, un pedazo inconcluso de mi vida que se quedó
en el lugar más recóndito de mi memoria.
Eso explicaba Leonardo, un viejo
amigo. No sabía por qué el paso de los años lo llevaba a tener esas
regresiones. Decía que tal vez esa especie de amor adolescente llego justo cuando
ya experimentaba algo de madurez según él.
Es la sensación de lo que está
prohibido, de algo que quieres y tal vez ya nunca lo puedas tener.
Digo nunca porque es prácticamente
imposible, aunque nada lo es en esta caprichosa vida.
Ese par de trenes tomaron
direcciones opuestas y solo se cruzan en un lugar imaginario, que se recrea
cada cierto tiempo, sin avisar.
Le decía que es así, a veces las
personas estamos envueltas en un halo de misterios que es parte de la imaginación,
ese escape donde proyectamos un sinfín de ideas, ilusiones; donde experimentamos
sentimientos o emociones que aunque sean irreales o estén escondidos, son parte
de la vida misma.
Parecido a los amigos imaginarios
cuando estamos niños, que al crecer
pensamos que se pierden o mueren y más bien es que mutan, toman otras formas,
colores y pasan a ser otros personajes, adultos.
Me comentaba que todo se manifiesta
cuando sonreímos sin ningún motivo aparente o cuando nos quedamos pegados a la ventana
de los carros viendo todo a nuestro alrededor, soñando, cambiando piezas en la imaginación o
cuando suena esa canción en la radio que nos trasporta a aquellos recuerdos.
Hoy no sabe dónde estará, ni que hará,
ni que sentirá; con tenerla en esa realidad se conforma.
Sabe que tal vez nunca llegue a
leer esto, pero donde este sabrá que es para ella.
Y a la vez cualquiera se
identifica con la historia algo disfuncional de este amigo que no puede
expresarlo abiertamente por muchas razones y siempre quedara así, en la imaginación.
“Siempre
habrán estrellas en el cielo, siempre estarás en mis sueños”